Por: Abby Rivera Colón
Foto: ABC Noticias
Como estudiante de periodismo, la posibilidad de ver una película cuya trama está basada en el trabajo que espero realizar profesionalmente es emocionante. No es muy común encontrar filmes cuyo foco sea la labor del periodismo, y es aún más difícil, hallar una que plasme las realidades del trabajo correctamente; eso fue lo que esperaba ver en la adaptación fílmica de The Last Thing He Wanted de Joan Didion.
Con un elenco encabezado por Anne Hathaway, Ben Affleck y Willem Dafoe, y la dirección en manos de Dee Rees, las expectativas que tenía del filme eran muy altas. Además, la emoción de poder ver mi profesión plasmada y representada por alguien como Hathaway en una historia tan interesante creó una imagen de perfección en mi mente. Todo esto hizo la realidad de la película mucho más decepcionante y frustrante.
La falta de coherencia a lo largo de la película establece una confusión que altera la experiencia de la audiencia permanentemente, y llega a un punto en el cual, genuinamente, ya nada hace sentido.
La historia está basada en la década de los ’80, en pleno mandato de Ronald Reagan en los Estados Unidos, y tiene como protagonista a una periodista de Washington D.C llamada Elena McMahon (Anne Hathaway). McMahon es obligada por sus jefes a dejar de reportar sobre un escándalo político en el que se acusa al gobierno estadounidense de financiar las Contras – grupos insurgentes contrarrevolucionarios que buscaban acabar con el gobierno revolucionario del Frente Sandinista de Liberación Nacional – en Nicaragua durante la administración de Reagan. Para alejarla de su investigación, McMahon es asignada a reportar sobre la campaña de reelección del presidente.
La historia comienza relativamente bien, con una representación de la tarea de los periodistas que es tan cercana a la realidad como Hollywood está dispuesta a presentarla – es decir, sin los momentos aburridos sentados en una sala de redacción y las notas de relleno que a veces nos toca trabajar. Esa primera media hora me llenó de esperanza de que esta película quizás llegaría a ser tan buena como me la imaginaba. Lamentablemente, en cuestión de minutos la historia tomó un giro que hizo de la trama algo más cercano a la de las series de narcotráfico y crimen que transmite Netflix.
En lugar de una historia coherente basada en los deseos expresados por la misma McMahon de descubrir lo que está ocurriendo entre los Estados Unidos y los grupos anticomunistas en América Latina, la película sigue las incoherentes travesías de McMahon alrededor de Los Ángeles, Miami, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua por razones que nunca se hacen completamente claras. De alguna manera, Elena termina envuelta en el tráfico de armas para ayudar a su papá, con quien ni tan siquiera tenía una relación cercana, – lo cual, obviamente, es altamente ilegal e increíblemente peligroso – por consecuente, inevitablemente, resulta en su muerte.
Anterior a eso, sin embargo, Elena conoce a Treat Morrison (Ben Affleck), un diplomático con conexiones sospechosas e intenciones aún más cuestionables. Por alguna razón, tan incoherente como el resto de la trama, Elena termina acostándose con Treat quien termina asesinándola. Sí, a mí tampoco me hizo sentido.
La historia original, aunque confusa, logra sumergir a los lectores en la crisis moral de una reportera que termina personalmente envuelta en la historia que cubre, mientras que la adaptación fílmica se complace con crear enlaces vacíos y hoyos irreparables en la trama que deja a la audiencia perdida. Aunque es necesario e importante reconocer que la película está basada en una novela escrita por Joan Didion, quien es conocida por sus confusas y complicadas historias, la realidad es que la película falló en el aspecto más básico de un buen filme: tener una trama coherente.