Confinados en el reino onírico

Por: Laura Julieth Guerra Acosta

Foto: Alanis Rivera Roig

Eran las 11:30 de la mañana, cuando los martillazos de mi padre en sus tareas en el patio consiguieron sacarme del mundo de Morfeo. Enfadada me revuelvo en mi cama, y dando un giro tomo mi celular. Aún con los ojos cerrados, aprovecho para ver mis redes sociales mientras trato de olvidar todos los sueños que reinaron en mi cabeza durante la noche, y recuerdo…

El 15 de marzo de 2020, nuestras vidas adquirieron el escenario propio de una película de zombies, donde comandan las ciudades solitarias, los contagios a grandes escalas y el pánico colectivo. 

Hoy, lo que parecía ficción se ha transformado en nuestra realidad. Sin embargo, algunos tercos creen que jugar con la vida de los demás es un pasatiempo muy divertido. Se la pasan de reunión en reunión y saliendo a diario al supermercado. Parece que el bien individual pesa más que el colectivo. ¿Somos acaso seres cegados por la avaricia y por el miedo? Parece que ese es el sabor amargo de formar parte de la humanidad. 

Ningún rincón del mundo queda exento del virus que enfrentamos este 2020. La Covid-19 pone entre la espada y la pared a todos los líderes mundiales, y les hace elegir entre perder vidas o dañar por un tiempo la economía. ¡Vaya dicotomía! 

Lo cierto es que muchos no tienen claro qué medidas tomar. Es algo normal, porque nadie estaba preparado. Con este contexto, el descontento aparece cuando se hace evidente que a los de arriba no le interesa para nada los de abajo. Sus decisiones benefician muy poco a estos últimos. 

Se juega con la salud y la educación. Niegan el derecho a la información que precisa frente a la naturaleza de las amenazas. Obstruyen los medios que son indispensables para hacer accesible y poder difundir al mundo la realidad de la situación. ¡Nos mienten en la cara y nosotros como si nada! Mientras tanto vivimos una reclusión sin parangón desde que empezó la globalización. 

Sigo viendo publicaciones en mi teléfono y me encuentro con algunas de mis compañeros de escuela. Celebran que la Tierra se toma un respiro y los animales se aventuran y pasean por hábitats que fueron destruidos por nuestra obra y gracia. A la vez, los veo haciendo asados mientras se sirven en platos cuyo material demora 100 años en desintegrarse en el medio ambiente. ¡Valiente hipocresía! 

Continúo mirando durante media hora algunos videos divertidos de TikTok, la aplicación del momento. Al segundo siguiente, encuentro unas imágenes que me dejan boquiabierta. Puedo sentir como todas mis emociones se revuelven en mi cabeza por ver quién toma el control de la situación, y, “sorpresivamente”, gana la furia. 

Este video muestra los mensajes de vecinos dedicados a los médicos, enfermeros, periodistas, entre otros. Son para aquellos que viven más de cerca con el fantasma del contagio. Les dicen que se muden y así no “infectarlos”. ¡Una nueva decepción! 

Una decepción que se suma al escalofriante dato del número de denuncias por violencia de género. Parece que no era un problema la hora en la que las mujeres estuviéramos fuera de casa o nuestra forma de vestir. Ahí fue cuando sentí como la furia reemplaza al miedo. La pregunta es inevitable: ¿Somos nosotros la verdadera pandemia?¿Acaso somos los principales creadores de desastres en el mundo? 

El egoísmo se apodera de todos, pero hay algunos que lo toman por bandera. La semana previa al confinamiento, en un entrenamiento de esgrima, la madre de uno de los niños del club contaba orgullosa como había dejado sin existencias el hígado de bacalao a la farmacia de la esquina. Había comprado los últimos ocho empaques que quedaban. Entendí, rápidamente, como son aquellos que arrasan con el papel higiénico de los supermercados. 

Cuando me doy cuenta, llevo una hora en el celular. Pasando y pasando noticias. Trato de respirar y recuperar mi fe en la sociedad, mientras invento pasatiempos en mi hogar. Me esfuerzo por mantener mis costumbres diarias para no pensar en todas las metas que quedaron pausadas por necesidad.

 El día se resume en juegos, lecturas, ejercicios y películas. Comparto con mi familia como no lo había hecho hace rato por haber sido “esclava” de mi trabajo durante los últimos meses. Especialmente, había sido doloroso ya que mi horario era de fin de semana. 

Decido ponerle fin a mi procrastinación en el celular. Me estiro y tomo fuerzas para levantarme de la cama. El reloj señala las 12:55 de la tarde. Me coloco las chancletas y me dirijo hacia la puerta. Cuando agarro la manilla, suena el timbre de mensaje nuevo del celular. Pienso en seguir, y empiezo a caminar, pero la dependencia de la tecnología me obliga a revisarlo. 

El mensaje, de un número desconocido, dice “ solo te sientas a hablar y decir lo que está mal y no haces nada por arreglarlo. Eres lo mismo que aquellos que criticas”. Entonces, ¿será cierto?. ¿Somos, como teorizaba Hobbes, un lobo para el hombre? Al final, puede que nuestras acciones esten supeditadas a nuestra supervivencia. 

PD: Todo lo demás volverá, pero la vida no. 

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